Erase una vez el demonio, y el demonio se enamoró de una pastora bellísima y ella le correspondía.
Está claro que ella no sabía que trabajaba de eso, de demonio. El le había dicho que era arriero y que había llevado mala vida.
El demonio le pidió audiencia a Dios.
- Quiero cambiar de vida, hagamos las paces - le dijo.
Dios lo miró asustado.
- ¿Será posible? - le dijo -. ¡Como si estuvieses haciendo lo que haces por propia voluntad!... Es un castigo. ¿Qué te crees que es? ¿Un puesto de trabajo, un enchufe?
Ahora le llegó al demonio el turno de asombrarse:
- ¡Ay! Yo que creía que lo hacía porque me gustaba. ¿No soy yo malo, malísimo? Pues bien, lo era. Ahora no soy malo. O no quiero serlo.
- ¿En qué quedamos? - contestó Dios, como si la lógica fuese su fuerte.
- No importa - se explicó el demonio. Desde el momento en que ya no me gusta ser malo, ya no puedo trabajar de demonio. Lo haría mal. Búscate otro. Alguien que haya hecho una cosa bien gorda.
- Un castigo es un castigo.
- Seré bueno. Buenísimo. Y sin intentar hacerte la competencia.
- Un castigo es un castigo.
- Sí, ya lo sé... Pero si el castigo consiste en hacer un trabajo que ya no se puede cumplir... Ponme otro castigo y quédate con mi negocio. Lo cierras o nombras otro encargado.
Aquí parece que Dios y el demonio se enzarzaron en una compleja discusión teológica sobre el origen de la culpa. Intentar reproducirla le costó a fray Tomás de Llaminera ser quemado por hereje. Ya se sabe que éstas son cuestiones muy delicadas. Se dice que el texto de fray Tomás describía la conversación con expresiones discutibles como la de Dios diciéndole al demonio <<no irás a dejarme solo, tú estás tan metido en esto como yo>>, y el demonio diciéndole <<cabezota>> a Dios, y Dios diciéndole <<ya verás tú cuando la pastora sea vieja, cómo echarás de menos tu infierno y las escapaditas a buscar almas>>.
Afortunadamente, no nos interesa aquí el aspecto teológico del cuento. Sin embargo, nos place informaros que la pastora, cansada de esperar al demonio, se casó con un arriero que antes había llevado mala vida y tuvieron un hijo y fueron felices, y cuando el niño hacía una travesura, la pastora le decía:
- ¡Demoniete, que pareces hijo del demonio!