- Si yo fuera tú, no ligaría conmigo - dijo ella.
- Si yo fuera tú, no ligaría conmigo - dijo él.
Así que cada uno se fue con otra persona. El con la mejor amiga de ella. Ella con el peor amigo de él.
Más adelante, cuando los dos habían dejado ya a sus respectivos amores, se encontraron de nuevo y se contaron la vida.
- Ya sabía yo que aquella moza no era para ti.
- Ya sabía yo que aquel mozo no era para ti.
- ¿Quieres decir que si yo fuera tú, ligaría conmigo?
- ¿No querrás decir que si yo quiero decir que si yo fuera tú, ligaría conmigo?
- Sí.
- Sí. Pero también puede plantearse la otra pregunta.
- ¡Oh! No líes las cosas. ¿Tú que harías si fueses yo?
- Lo mismo que yo si fuese yo.
- Querrás decir que tú si fueses yo.
- No. Digo que yo si fuese yo.
Se rieron tanto que se olvidaron de ligar. El tercer encuentro tuvo lugar a la salida del refugio después de un bombardeo.
- Ahora o nunca - dijo ella -. Es el momento de decidirnos.
El cometió el error de decir:
- ¿Quién a qué?
Ella no pudo resistir la tentación de contestar:
- ¡Y quién no a qué no, en los tiempos que corren!
Entonces él dijo:
- Cualquier decisión errónea puede ser sólo la decisión de este momento.
El se creyó obligado a hacer una frase:
- Cualquier error es siempre momentáneo.
Y ella, indignada, dijo:
- Y contigo todos los momentos son erróneos.
Años más tarde le comentaba a una amiga:
- Era un gran mozo, pero le perdía su afición a las frases.
Y la amiga preguntó:
- ¿Y a ti no?
- A mí me pierden dos aficiones: la mía de hacer frases y la de los hombres de decir la última.